sábado, 9 de febrero de 2013

Irvine Welsh, una historia de la working class futbolera (segunda parte)

Todos los equipos, y sus respectivos seguidores, han tenido siempre su zona respectiva y el Chelsea, ciertamente, no era una excepción. Sus seguidores estaban especialmente radicados en el oeste y el sudoeste de Londres, aunque también se encontraban diseminados en buena parte del Sudeste de Inglaterra. Los seguidores del Arsenal y de los Spurs estaban claramente asociados al norte de Londres, incluyendo la periferia y las ciudades-dormitorio. El West Ham sin duda poblaba el East End y el Essex (después de la diáspora), el Millwall se concentraba en el sudeste de la ciudad (igual a alguno le puede parecer extraño que nombre al Millwall como uno de los clubs londineses más importantes. El hecho es que, a nivel de cultura futbolera, es uno de los más importantes clubs británicos). De todas maneras, para muchos seguidores duros del Chelsea (que normalmente quiere decir que no se pueden permitir el lujo de un abono de temporada o que no aman la atmósfera del cricket) repartidos por varios condados, el Chelsea era su verdadera comunidad.
Se trataba de una comunidad mucho más apegada al "club en si mismo" que al "club que representa a un área determinada" y esta era probablemente una de las razones por la cual el Chelsea ha seguido teniendo las "mismas caras" con el paso de las décadas, dotándolo así de un sentido de continuidad. Chelsea puede ser probablemente donde más gente respeta al resto de los clubs; desde los años setenta con la conquista de las gradas a las batallas de fuera de los estadios de los años 80, hasta los años noventa con el mundo hooligan semi-clandestino. En la mayor parte de los casos (los Hibs podríamos ser un ejemplo) una mob se juntaba para después, y de una manera cíclica, disgregarse. Por este motivo los casuals de los años ochenta tuvieron muy pocos puntos de contacto con las mobs que poblaban las gradas en los años 70 y primeros 80.
En muchas de las ciudades dormitorios del sudeste no existía ningún cultura de pub estructurada, ninguna escena musical en la cual juntarse y relacionarse. Es por esto por lo que el punto de agregación estaba representado por el equipo de fútbol al que uno animaba. Esta es probablemente la razón por la cual, como los autores han explicado en el libro "Hoolifan", el Chelsea se presentaba siempre, nunca se echaba para atrás. Recuerdo que en ocasión de un amistoso Hibs-Chelsea la crew de los Hibs acabó profundamente desilusionada porque dos autobuses de seguidores del Chelsea fueron localizados y custodiados por la policía. Lo más interesante es que alguno de los chavales de los Hibs no se lamentaban sólo por ellos, sino también por sus "compadres" del Chelsea. Todavía recuerdo que uno de ellos vino a decirme: "Me disgusta por los chicos del Chelsea. He oído que verles en acción es siempre un espectáculo. Es una putada que los hayan dado la vuelta de esa manera".
Mucha gente encontrará extraña la solidaridad que se puede instaurar entre crews rivales que quieren hacerse daño. Si de una parte subsiste siempre el rencor por estúpidas vendettas personales de darse de hostias (aspecto sobre muy evidente a partir de los años noventa), generalmente quien comparte experiencias similares tiende a estar de acuerdo, y aquellos que van al fútbol no representan una excepción.
Con la llegada de los años noventa el consenso general era que la violencia en el fútbol había desaparecido, o que cuanto menos había sido seriamente marginalizada. El decreto Taylor, la mayor seguridad y los estadios llenos de asientos inevitablemente contribuyeron a ello. El North Bank, el Shed o el Shelf han sido conquistados, pero no por mobs rivales, sino por obras de reestructuración que han llevado a las gradas a yuppies treintañeros con tarjeta de crédito y una copia bajo el brazo de "Fiebre en las gradas". En algunos círculos literarios underground se ha hablado también de los efectos de la acid house y de la revolución del Extasis, de como muchos "old faces" de las gradas habían estrechado amistad con las discotecas de toda la nación. Esto indudablemente también ha ocurrido pero en cierto sentido ha ayudado para pavimentar la calle de la "designer violence" de los años noventa. Si la gente comenzó a frecuentar los pubs, estaban en una posición óptima para organizar peleas lejos de los estadios. Ciertos grupos podían encontrarse un sábado bailando codo con codo y a la siguiente semana darse duro en el mismo lugar. La verdad, incomoda para muchos de los comentaristas que habitualmente demonizan a los hooligans, es que muchos de los jóvenes (y a veces no tan jóvenes) que sacan el puño a pasear en estas discotecas se pueden relacionar en un cierto contexto de cultura futbolera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bueno.

de donde lo has sacado o traducido?