Espectacular reportaje del periodico argentino "Clarín", a modo de entrevista a Julio Frydenberg, sobre los comienzos del fútbol en el país de Maradona, de Kempes, de Bilardo y compañia. Se desmontan afirmaciones como que la violencia en el fútbol comenzó con la profesionalización del juego y afirma rotundamente que el orgullo de pertenencia y la necesidad de demostrar ser mejor que el vecino es algo que lleva aparejado el fútbol desde los inicios.
Si en un principio estuvo acotado a la comunidad inglesa, el fútbol no
tardó en echar raíces entre los porteños. Desde el comienzo, los equipos
de barrio jugaron para ganar y las hinchadas participaban con
alientos, también con insultos y arrojando naranjas y botellas. La
violencia y la policía no estaban ausentes. La identidad local,
asociada al club de barrio, pronto se nacionalizó a partir de la
intervención de los medios de comunicación. El historiador Julio
Frydenberg investiga desde hace más de dos décadas los rasgos de esta
pasión popular.
¿Hubo una época de oro del fútbol argentino? ¿Acaso lo fue el fútbol practicado entre amigos a comienzos del siglo pasado?
No existió esa época dorada: siempre hubo violencia y barrabravas. Hubo una construcción del pasado por parte de brillantes periodistas de las décadas 1930, 40, 50, 60. Ellos hablaban de una época dorada. Donde hay imaginarios colectivos suele postularse una época dorada, pura. Y en general se la ubica en los inicios. Así se asoció profesionalismo con época sucia y de hierro, y amateurismo con época pura, con el tiempo del deporte por el deporte. Es cierto también que, a principios del siglo XX, la fundación de los clubes por parte de jóvenes de los sectores populares tuvo algo de dorado: ellos los fundaron para jugar al fútbol, y aunque eran bastante violentos y buscaban ganar, jugaban con valores mezclados con el fair play.
¿Esa mítica edad dorada del fútbol se superpondría a otra, la de la Argentina potencia en el Centenario, que atrajo inmigrantes y contó con un eficaz aparato educativo?
Sí, es un combo perfecto si uno mira la cáscara. Pero en el fútbol eran pocos los apasionados, aunque muy activos. En la primera década del siglo XX existía un proto-espectáculo. Pero no había estadios grandes. Los hinchas de entonces no tenían relación con la inmigración; se sentían muy argentinos, por eso varios clubes corren las fechas reales de fundación para que caiga en una fecha patria.
Pero no todos los nombres son patrióticos.
Un tercio de los nombres tenían que ver con los lugares de residencia, con la cuadra, la manzana -no había barrios todavía-, y una buena proporción, con fechas patrias y nombres de próceres. No había relación con la inmigración. Sí había ingleses, un 15%. La pauta más importante era lo local y luego lo nacional, sin relación con lo inmigrante porque eran jóvenes. Había una elección diferente a la que venía de la cultura de los padres. No todos los padres eran inmigrantes, pero una buena proporción es natural que lo hayan sido. Y a los chicos les interesaba otra cosa: jugar al fútbol y vincularse en la cuadra, defender la cuadra propia contra la ajena. Eran intereses muy pedestres, muy de la vida del vecindario. Había equipos que tenían relación con las escuelas y con el trabajo. De hecho, en Independiente había trabajadores de una gran tienda. No eran jóvenes marginales.
¿Dónde jugaban?
Ese fue el problema. Buenos Aires estaba en desarrollo, pero en una dirección distinta a la que estos chicos necesitaban para jugar al fútbol. Buena parte de los que fundaron clubes vivían en el centro de la Ciudad, de Medrano para el río, que estaba más poblada que ahora. Era imposible jugar ahí, salvo en la calle, peleándose con los vecinos. Mientas unos tenían que pedir una cancha en la periferia, otros que vivían en la periferia jugaban donde vivían. A ellos les resultaba un poco más sencillo. A muy pocos clubes les resultó sencillo encontrar una cancha. Todos vagaron de barrio en barrio. Las historias de los clubes tradicionales narran la epopeya de la búsqueda del lugar, porque no tenían lugar. Se lo pedían al Estado, pero al año se abría una calle y aparecía el “Muchachos, váyanse”. Era la época de los loteos, entonces el dueño de la quinta los dejaba un tiempo, pero al lotearse se tenían que ir. Es imposible satisfacer la demanda de 300 canchas en una ciudad. En las ligas, sólo un tercio tenía un espacio llamado cancha; el resto iba a jugar a una ajena o usaba un parque. El tema del estadio fue el eje de la vida de los clubes.
¿Cómo Sportivo Barracas tuvo la cancha más grande?
Fue una etapa corta porque al poco tiempo River se mudó, en el 23, a una cancha casi igual, para 15.000 espectadores. Pero el partido más importante de la época, el de 1924 contra los olímpicos uruguayos, olímpicos porque ganaron la Olimpíada de 1924, se jugó en la cancha del Sportivo Barracas. Después los diarios titularon “Somos los mejores”, porque les habíamos ganado a los mejores.
¿Cómo se conformó la distancia entre el espectador y el jugador?
Fue un proceso conflictivo desde la década de 1910. Acá tenemos otro relato mítico, el del malón, que señala que después de la Conquista del Desierto, los bárbaros quedaron refugiados en el fútbol. La estrategia de Alsina con los indios pareció recuperada en el trazado de fosos que dividieron a los espectadores de los jugadores. Se buscaba contener la tendencia bastante sistemática a la violación del orden. Es que el hincha gritaba y arrojaba a la cancha naranjas y botellas. A partir de la década de 1920 fue creciendo la agresividad. Irrumpir en la cancha era algo que pasaba con frecuencia, pero en general en unos minutos todo se ordenaba y el partido seguía. El fútbol necesita de un orden para que se juegue, para que el partido dure 90 minutos. El orden es que cada uno mantenga su rol. Desde 1910, ese orden del fútbol sufrió perturbaciones con frecuencia.
¿Cuándo empezó a ir la policía a la cancha?
Los pedidos fueron muy tempranos, porque los referís y los dirigentes no podían sostener la situación. En la segunda mitad de los años ‘10 aparece la policía en los partidos, y ya con infinidad de quejas porque no actuaba correctamente. Muchos policías no hacían nada; iban para mirar el partido. No había ningún tipo de prevención: actuaban sobre el hecho ya consumado. En la década de 1920 hay un cambio y crece la presencia policial. Pero habrá que esperar bastante para ver a la policía actuando preventivamente. La policía se endurece con el golpe de 1930 y en los años ‘40 aparecen los gases.
¿Cómo fue el primer clásico Boca-River profesional, en 1931? ¿Hubo incidentes?
Ocurrió algo que no venía ocurriendo muy seguido: se enfrentaron las hinchadas. Y en ese caso sucedió en la calle. Digo esto porque los conatos de violencia solían ocurrir más entre actores secundarios y primarios, es decir, el público y los jugadores o el árbitro. Y a veces había ida y vuelta, a veces los jugadores devolvían las naranjas y los gritos. Pero no era tan frecuente el enfrentamiento de hinchadas. En este caso, el origen, como suele suceder, fue un conflicto entre los jugadores y el referí. En el partido de 1931 hubo corridas, intervino la caballería y se abonó el encono atávico entre las dos hinchadas más importantes, que se fue incrementando.
¿Cómo se fueron conformando las rivalidades entre clubes, camisetas e hinchadas?
Frecuentemente, en las comunidades se ubica al vecino como peor enemigo. Las identidades e identificaciones de los equipos serán territoriales. El club se localizaba, naturalmente la comunidad se asociaba y se identificaba con él. Además, estaba el rol de la prensa, que incentivaba la disputaba, la fogoneba con frases del tipo de: “Se van a enfrentar los grandes rivales”.
¿Cómo se produce el pasaje del hincha al barrabrava?
El término “barrabrava” ya apareció al principio de los 20 y el diario Crítica lo usó principalmente durante la segunda mitad de esa década, pero no tenía el significado actual. Eran grupos de amigos que vivían en una misma zona del barrio común, compartían el café e iban juntos a la cancha. Solían ser los que gritaban más, los más efusivos y, en ocasiones, también los más violentos. Al mismo grupo de gente Crítica lo veía en el bar y lo veía en la cancha. En el bar los llamaba “muchachada del barrio, bullanguera y fervorosa”; y en la cancha los llamaba “barras bravas”. Eran señalados y un poco criticados, pero vistos como un fenómeno increíble: una barra de jóvenes -de muchachones- que pone orden a su manera contra otros hinchas. En el bar nadie hablaba de la barra, hablaban de los muchachos que discuten.
La narración sobre fútbol, de Crítica a La oral-deportiva, ¿cómo intervino para la conformación de una pasión nacional? ¿Cómo, más allá de las rivales locales, se argentinizó el fútbol?
Las identidades colectivas en Buenos Aires tienen una veta local, barrial, del club. Esa identidad después se va nacionalizando a través de los medios, especialmente la radio. Pero ya desde los 20, también con Crítica y El Gráfico. Por eso, a quien en Formosa leía Crítica le va gustando Boca o uno de los cinco grandes; le tiene simpatía aunque nunca lo vio jugar. Es un fenómeno mediático. La construcción de la identidad nacional, en torno al fútbol, es muy compleja, por la fuerza de la identidad local. No es fácil el pasaje de ser hincha de un club, por ejemplo San Lorenzo, a ser también hincha de la Selección nacional. En otra actividad sería obvia, pero es el fútbol. El hincha siente al fútbol a través de San Lorenzo, pero tiene que cambiar de camiseta. A la Selección le ha costado décadas armar su público. En los años 60, el que iba a ver a la Selección quería ver a sus jugadores vistiendo la camiseta de la Selección, y si no estaban, no iba, no le interesaba. En los últimos treinta años, como fenómeno planetario, las Selecciones armaron su público, que tiene que ver con las industrias mediáticas. Es un público diferente.
FUENTE: Clarin
¿Hubo una época de oro del fútbol argentino? ¿Acaso lo fue el fútbol practicado entre amigos a comienzos del siglo pasado?
No existió esa época dorada: siempre hubo violencia y barrabravas. Hubo una construcción del pasado por parte de brillantes periodistas de las décadas 1930, 40, 50, 60. Ellos hablaban de una época dorada. Donde hay imaginarios colectivos suele postularse una época dorada, pura. Y en general se la ubica en los inicios. Así se asoció profesionalismo con época sucia y de hierro, y amateurismo con época pura, con el tiempo del deporte por el deporte. Es cierto también que, a principios del siglo XX, la fundación de los clubes por parte de jóvenes de los sectores populares tuvo algo de dorado: ellos los fundaron para jugar al fútbol, y aunque eran bastante violentos y buscaban ganar, jugaban con valores mezclados con el fair play.
¿Esa mítica edad dorada del fútbol se superpondría a otra, la de la Argentina potencia en el Centenario, que atrajo inmigrantes y contó con un eficaz aparato educativo?
Sí, es un combo perfecto si uno mira la cáscara. Pero en el fútbol eran pocos los apasionados, aunque muy activos. En la primera década del siglo XX existía un proto-espectáculo. Pero no había estadios grandes. Los hinchas de entonces no tenían relación con la inmigración; se sentían muy argentinos, por eso varios clubes corren las fechas reales de fundación para que caiga en una fecha patria.
Pero no todos los nombres son patrióticos.
Un tercio de los nombres tenían que ver con los lugares de residencia, con la cuadra, la manzana -no había barrios todavía-, y una buena proporción, con fechas patrias y nombres de próceres. No había relación con la inmigración. Sí había ingleses, un 15%. La pauta más importante era lo local y luego lo nacional, sin relación con lo inmigrante porque eran jóvenes. Había una elección diferente a la que venía de la cultura de los padres. No todos los padres eran inmigrantes, pero una buena proporción es natural que lo hayan sido. Y a los chicos les interesaba otra cosa: jugar al fútbol y vincularse en la cuadra, defender la cuadra propia contra la ajena. Eran intereses muy pedestres, muy de la vida del vecindario. Había equipos que tenían relación con las escuelas y con el trabajo. De hecho, en Independiente había trabajadores de una gran tienda. No eran jóvenes marginales.
¿Dónde jugaban?
Ese fue el problema. Buenos Aires estaba en desarrollo, pero en una dirección distinta a la que estos chicos necesitaban para jugar al fútbol. Buena parte de los que fundaron clubes vivían en el centro de la Ciudad, de Medrano para el río, que estaba más poblada que ahora. Era imposible jugar ahí, salvo en la calle, peleándose con los vecinos. Mientas unos tenían que pedir una cancha en la periferia, otros que vivían en la periferia jugaban donde vivían. A ellos les resultaba un poco más sencillo. A muy pocos clubes les resultó sencillo encontrar una cancha. Todos vagaron de barrio en barrio. Las historias de los clubes tradicionales narran la epopeya de la búsqueda del lugar, porque no tenían lugar. Se lo pedían al Estado, pero al año se abría una calle y aparecía el “Muchachos, váyanse”. Era la época de los loteos, entonces el dueño de la quinta los dejaba un tiempo, pero al lotearse se tenían que ir. Es imposible satisfacer la demanda de 300 canchas en una ciudad. En las ligas, sólo un tercio tenía un espacio llamado cancha; el resto iba a jugar a una ajena o usaba un parque. El tema del estadio fue el eje de la vida de los clubes.
¿Cómo Sportivo Barracas tuvo la cancha más grande?
Fue una etapa corta porque al poco tiempo River se mudó, en el 23, a una cancha casi igual, para 15.000 espectadores. Pero el partido más importante de la época, el de 1924 contra los olímpicos uruguayos, olímpicos porque ganaron la Olimpíada de 1924, se jugó en la cancha del Sportivo Barracas. Después los diarios titularon “Somos los mejores”, porque les habíamos ganado a los mejores.
¿Cómo se conformó la distancia entre el espectador y el jugador?
Fue un proceso conflictivo desde la década de 1910. Acá tenemos otro relato mítico, el del malón, que señala que después de la Conquista del Desierto, los bárbaros quedaron refugiados en el fútbol. La estrategia de Alsina con los indios pareció recuperada en el trazado de fosos que dividieron a los espectadores de los jugadores. Se buscaba contener la tendencia bastante sistemática a la violación del orden. Es que el hincha gritaba y arrojaba a la cancha naranjas y botellas. A partir de la década de 1920 fue creciendo la agresividad. Irrumpir en la cancha era algo que pasaba con frecuencia, pero en general en unos minutos todo se ordenaba y el partido seguía. El fútbol necesita de un orden para que se juegue, para que el partido dure 90 minutos. El orden es que cada uno mantenga su rol. Desde 1910, ese orden del fútbol sufrió perturbaciones con frecuencia.
¿Cuándo empezó a ir la policía a la cancha?
Los pedidos fueron muy tempranos, porque los referís y los dirigentes no podían sostener la situación. En la segunda mitad de los años ‘10 aparece la policía en los partidos, y ya con infinidad de quejas porque no actuaba correctamente. Muchos policías no hacían nada; iban para mirar el partido. No había ningún tipo de prevención: actuaban sobre el hecho ya consumado. En la década de 1920 hay un cambio y crece la presencia policial. Pero habrá que esperar bastante para ver a la policía actuando preventivamente. La policía se endurece con el golpe de 1930 y en los años ‘40 aparecen los gases.
¿Cómo fue el primer clásico Boca-River profesional, en 1931? ¿Hubo incidentes?
Ocurrió algo que no venía ocurriendo muy seguido: se enfrentaron las hinchadas. Y en ese caso sucedió en la calle. Digo esto porque los conatos de violencia solían ocurrir más entre actores secundarios y primarios, es decir, el público y los jugadores o el árbitro. Y a veces había ida y vuelta, a veces los jugadores devolvían las naranjas y los gritos. Pero no era tan frecuente el enfrentamiento de hinchadas. En este caso, el origen, como suele suceder, fue un conflicto entre los jugadores y el referí. En el partido de 1931 hubo corridas, intervino la caballería y se abonó el encono atávico entre las dos hinchadas más importantes, que se fue incrementando.
¿Cómo se fueron conformando las rivalidades entre clubes, camisetas e hinchadas?
Frecuentemente, en las comunidades se ubica al vecino como peor enemigo. Las identidades e identificaciones de los equipos serán territoriales. El club se localizaba, naturalmente la comunidad se asociaba y se identificaba con él. Además, estaba el rol de la prensa, que incentivaba la disputaba, la fogoneba con frases del tipo de: “Se van a enfrentar los grandes rivales”.
¿Cómo se produce el pasaje del hincha al barrabrava?
El término “barrabrava” ya apareció al principio de los 20 y el diario Crítica lo usó principalmente durante la segunda mitad de esa década, pero no tenía el significado actual. Eran grupos de amigos que vivían en una misma zona del barrio común, compartían el café e iban juntos a la cancha. Solían ser los que gritaban más, los más efusivos y, en ocasiones, también los más violentos. Al mismo grupo de gente Crítica lo veía en el bar y lo veía en la cancha. En el bar los llamaba “muchachada del barrio, bullanguera y fervorosa”; y en la cancha los llamaba “barras bravas”. Eran señalados y un poco criticados, pero vistos como un fenómeno increíble: una barra de jóvenes -de muchachones- que pone orden a su manera contra otros hinchas. En el bar nadie hablaba de la barra, hablaban de los muchachos que discuten.
La narración sobre fútbol, de Crítica a La oral-deportiva, ¿cómo intervino para la conformación de una pasión nacional? ¿Cómo, más allá de las rivales locales, se argentinizó el fútbol?
Las identidades colectivas en Buenos Aires tienen una veta local, barrial, del club. Esa identidad después se va nacionalizando a través de los medios, especialmente la radio. Pero ya desde los 20, también con Crítica y El Gráfico. Por eso, a quien en Formosa leía Crítica le va gustando Boca o uno de los cinco grandes; le tiene simpatía aunque nunca lo vio jugar. Es un fenómeno mediático. La construcción de la identidad nacional, en torno al fútbol, es muy compleja, por la fuerza de la identidad local. No es fácil el pasaje de ser hincha de un club, por ejemplo San Lorenzo, a ser también hincha de la Selección nacional. En otra actividad sería obvia, pero es el fútbol. El hincha siente al fútbol a través de San Lorenzo, pero tiene que cambiar de camiseta. A la Selección le ha costado décadas armar su público. En los años 60, el que iba a ver a la Selección quería ver a sus jugadores vistiendo la camiseta de la Selección, y si no estaban, no iba, no le interesaba. En los últimos treinta años, como fenómeno planetario, las Selecciones armaron su público, que tiene que ver con las industrias mediáticas. Es un público diferente.
FUENTE: Clarin
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