La máquina del tiempo juega su propio partido. Un día como hoy, hace 44 años, el Che Guevara era capturado en Bolivia
y, horas después, fusilado. “¡Póngase sereno y apunte bien: va usted a
matar a un hombre!”, lo conminó el entonces guerrillero argentino al
soldado al que le temblaban el fusil y las piernas. Nacía el mito. Y la
encarnada sensación de un muerto que sigue naciendo.
Hace cinco años, Mónica Nielsen fundó un club en el que el comandante
hubiese querido jugar. Se trata de un lugar en el mundo muy particular.
El fetiche del fútbol envuelve un proyecto social de un equipo que se
distingue hasta por el nombre: es el único del mapa que se llama Ernesto Che Guevara.
El insoslayable dato es apenas la cáscara. Desde la Liga Regional de
Colón, Córdoba, su hinchada se golpea el pecho por valores de
solidaridad y lucha, más que por un caño o un gol. Perdido casi siempre
entre las últimas posiciones de la tabla, el equipo de Primera se
permite abandonar, sutilmente, una sola premisa guevarista: en la
cancha, refuta lo de “hasta la victoria, siempre”. En sustancia, los
triunfos del club distinto están afuera de la línea de cal:
“Socialmente, el aporte del club es notable, sobre todo cómo se ha
inculcado la solidaridad”, señala Fernando Casas, un lateral derecho de
24 años que, además, es bombero voluntario.
La camiseta no se mancha. La presidenta desechó la
posibilidad de que el lienzo rojo con la cara del Che estampada en negro
llevara el nombre de alguna empresa. “Resistimos, a pesar de que con
los ingresos que generamos nos alcanza para la ropa de nuestros
jugadores, pero no para los botines”, detalla Nielsen. El club, que se
inició con 25 futbolistas (divididos entre Primera y Reserva), hoy
cuenta con 112, divididos en siete categorías. El domingo se convierte
en una gran feria de calzados sin vanidades.
Los pocos botines de fútbol pasan de pie en pie, hasta calzar en la horma. “Acá se socializan los recursos”, indica Casas.
Para financiar la estructura del club, las camisetas se venden a 100
pesos. La mercantilización se explica como recurso de subsistencia y no
en función de obtener ganancias.
No a las fronteras. El caso del club cordobés ganó
el partido de la internacionalización. Desde afuera, pusieron la mirada
en el equipo rebelde. Imantados por la figura del Che, la Moni –como le
dicen los chicos del club– ya fue entrevistada por la televisión pública
de Alemania, Transworld Sport de Inglaterra, ESPN y O Globo de Brasil, entre otros.
En la era 2.0, el Che gana adeptos vía mails. En efecto, de a poco
las historias de los chicos de los barrios periféricos de Güemes y
también de Sierra y Parques, de Jesús María, reciben apoyo a través del
correo clubcheguevara@hotmail.com. Sin embargo el día a día se resuelve a pulmón, lejos de las cámaras e Internet.
No se venden. Jamás será este club, enano en tamaño
(ni siquiera tiene cancha propia), el que salve su tesorería con la
venta de algún futbolista. Si surge el crack pretendido por otros
clubes, se le firma el pase libre. Nielsen lo simplifica en que los
jugadores “son personas y no mercancías”. Y explica que ahora hay un
fenómeno inverso al de la lógica del mercado: “Muchos quieren venir a
jugar con nosotros, atraídos por la figura del Che”.
Es el lugar de pertenencia. La identificación que
rescata a chicos marginales de la discriminación. Incluso el respeto lo
obtuvieron también puertas adentro. Cuenta Wilson, uno de los que está
desde que el club se inició, el 14 de diciembre de 2006: “Mi papá nunca
me había ido a ver cuando jugaba en otro lado, pero ahora viene a verme
porque dice que estamos haciendo historia”, se enorgullece.
Fútbol para todos. El plan de inclusión tiene como
piso a chicos de cinco años, que forman parte de la Escuelita. Son los
“puro potrero”, como los define Nielsen. Ellos son el futuro del club,
pensado para chicos que mendigaban futuro. Los más grandes son los que
le bajan el mensaje: “Somos el espejo, tenemos que inculcarles valores”,
remarca Casas.
De las charlas grupales se consensúa el comportamiento antiviolencia
para, por ejemplo, desestimar las cargadas de los rivales. Estos
Salieris abotinados del Che soportan, a veces, ser catalogados
irónicamente como revolucionarios. Ellos, repiten, ya aprendieron a
hacerse cargo de quiénes son. Y juegan, militan y creen que pueden
identificarse con una causa social desde lugares postergados. Ocurre en
los barrios donde, como dice la presidenta del club más guevarista del
mundo, Dios pasó de largo.
FUENTE: Perfil
No hay comentarios:
Publicar un comentario