lunes, 10 de octubre de 2011

El club que homenajea al Che

La máquina del tiempo juega su propio partido. Un día como hoy, hace 44 años, el Che Guevara era capturado en Bolivia y, horas después, fusilado. “¡Póngase sereno y apunte bien: va usted a matar a un hombre!”, lo conminó el entonces guerrillero argentino al soldado al que le temblaban el fusil y las piernas. Nacía el mito. Y la encarnada sensación de un muerto que sigue naciendo.
Hace cinco años, Mónica Nielsen fundó un club en el que el comandante hubiese querido jugar. Se trata de un lugar en el mundo muy particular. El fetiche del fútbol envuelve un proyecto social de un equipo que se distingue hasta por el nombre: es el único del mapa que se llama Ernesto Che Guevara. El insoslayable dato es apenas la cáscara. Desde la Liga Regional de Colón, Córdoba, su hinchada se golpea el pecho por valores de solidaridad y lucha, más que por un caño o un gol. Perdido casi siempre entre las últimas posiciones de la tabla, el equipo de Primera se permite abandonar, sutilmente, una sola premisa guevarista: en la cancha, refuta lo de “hasta la victoria, siempre”. En sustancia, los triunfos del club distinto están afuera de la línea de cal: “Socialmente, el aporte del club es notable, sobre todo cómo se ha inculcado la solidaridad”, señala Fernando Casas, un lateral derecho de 24 años que, además, es bombero voluntario.
La camiseta no se mancha. La presidenta desechó la posibilidad de que el lienzo rojo con la cara del Che estampada en negro llevara el nombre de alguna empresa. “Resistimos, a pesar de que con los ingresos que generamos nos alcanza para la ropa de nuestros jugadores, pero no para los botines”, detalla Nielsen. El club, que se inició con 25 futbolistas (divididos entre Primera y Reserva), hoy cuenta con 112, divididos en siete categorías. El domingo se convierte en una gran feria de calzados sin vanidades.
Los pocos botines de fútbol pasan de pie en pie, hasta calzar en la horma. “Acá se socializan los recursos”, indica Casas.
Para financiar la estructura del club, las camisetas se venden a 100 pesos. La mercantilización se explica como recurso de subsistencia y no en función de obtener ganancias.
No a las fronteras. El caso del club cordobés ganó el partido de la internacionalización. Desde afuera, pusieron la mirada en el equipo rebelde. Imantados por la figura del Che, la Moni –como le dicen los chicos del club– ya fue entrevistada por la televisión pública de Alemania, Transworld Sport de Inglaterra, ESPN y O Globo de Brasil, entre otros.
En la era 2.0, el Che gana adeptos vía mails. En efecto, de a poco las historias de los chicos de los barrios periféricos de Güemes y también de Sierra y Parques, de Jesús María, reciben apoyo a través del correo clubcheguevara@hotmail.com. Sin embargo el día a día se resuelve a pulmón, lejos de las cámaras e Internet.

No se venden. Jamás será este club, enano en tamaño (ni siquiera tiene cancha propia), el que salve su tesorería con la venta de algún futbolista. Si surge el crack pretendido por otros clubes, se le firma el pase libre. Nielsen lo simplifica en que los jugadores “son personas y no mercancías”. Y explica que ahora hay un fenómeno inverso al de la lógica del mercado: “Muchos quieren venir a jugar con nosotros, atraídos por la figura del Che”.
Es el lugar de pertenencia. La identificación que rescata a chicos marginales de la discriminación. Incluso el respeto lo obtuvieron también puertas adentro. Cuenta Wilson, uno de los que está desde que el club se inició, el 14 de diciembre de 2006: “Mi papá nunca me había ido a ver cuando jugaba en otro lado, pero ahora viene a verme porque dice que estamos haciendo historia”, se enorgullece.
Fútbol para todos. El plan de inclusión tiene como piso a chicos de cinco años, que forman parte de la Escuelita. Son los “puro potrero”, como los define Nielsen. Ellos son el futuro del club, pensado para chicos que mendigaban futuro. Los más grandes son los que le bajan el mensaje: “Somos el espejo, tenemos que inculcarles valores”, remarca Casas.
De las charlas grupales se consensúa el comportamiento antiviolencia para, por ejemplo, desestimar las cargadas de los rivales. Estos Salieris abotinados del Che soportan, a veces, ser catalogados irónicamente como revolucionarios. Ellos, repiten, ya aprendieron a hacerse cargo de quiénes son. Y juegan, militan y creen que pueden identificarse con una causa social desde lugares postergados. Ocurre en los barrios donde, como dice la presidenta del club más guevarista del mundo, Dios pasó de largo.
FUENTEPerfil

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