Más allá del zoco futbolístico que se está viviendo, en el que algunos fichajes restallan groseramente en los oídos de quienes, sin quererlo, tenemos que si no escucharlos sí oírlos; en el que algún jugador de fútbol dijo estar dispuesto a poner de su bolsillo unos cuantos «milloncejos» para que otro club lo pudiese fichar y así dar continuidad a su «carrera futbolística», aunque al final el fichaje quedó en nada; en este pornográfico zoco en el que, a mi juicio, la dignidad personal queda ausente hay una historia oculta, a veces deliberadamente olvidada, que muestra el carácter popular y su vinculación a sociedades organizativas de la clase obrera por parte del deporte del balompié en sus inicios. Siendo en ese período de tiempo espacio de resistencia y rebeldía.
El fútbol moderno tiene -como se sabe- su origen en Inglaterra. Se popularizó a lo largo del siglo XIX, ligado al crecimiento de la clase obrera inglesa y escocesa. En esos años, parece que la práctica del fútbol se articuló en torno a la lucha obrera por la disminución de la duración de la jornada laboral, de 14 o 16 horas en aquellos tiempos, y a las demandas de tiempo libre, deporte y recreación de los trabajadores. El fútbol se convirtió, así, en patrimonio popular, y las clases de la burguesía optaron por la práctica del rugby y el polo. Los trabajadores mercantiles de la flota inglesa llevaron el balompié por todo el mundo. Tengamos en cuenta que por aquel entonces el Imperio británico se extendía por una gran parte del globo. Tuvo su particular arraigo en el Cono Sur y en los puertos de Latinoamérica. En esta zona y siguiendo el ideario asociativo de socialistas y anarquistas, los obreros fundaban clubes sociales y deportivos, siendo antecedentes de algunos equipos actuales de América del Sur.
Sin embargo, este medio de lucha social y reivindicativa es rápidamente mercantilizado y absorbido por el capitalismo. Se empieza a ver en él una óptima fuente de ganancias. Así, y con el beneplácito y complicidad de las federaciones de fútbol, yo diría que también de la afición, el fútbol pasa a ser un negocio redondo. El jugador acepta convertirse en una mercancía. Ahora no defenderá su camiseta, sino que será un «mercenario del deporte» que servirá a la causa del mejor postor. En esta era del predominio del capital financiero en el fútbol el barrio, la ciudad, la región y la nación, antes estandartes del futbolista, pasan a un segundo plano. Y se convierte en lucro individual del jugador que se verá, con su aceptación, colonizado por las empresas multinacionales Y más aún, el fútbol será el complemento perfecto al orden social existente. El fútbol es el medio idóneo para que algunos gobiernos legitimen sus acciones y para distraer a la gente de los problemas sociales.
La contradicción que, a mi entender, tiene actualmente el fútbol no es otra que la existente entre unos jugadores que ganan cantidades fabulosas de dinero y las grandes masas de aficionados. Puede sonar «raro», pero desde mi óptica social los explotados no son los jugadores, sino los aficionados. Las estrellas del fútbol forman parte de los explotadores; siendo, además, endiosadas por los miles de aficionados (y aficionadas), periodistas deportivos, medios de comunicación que los ejemplifican como modelo ético para la juventud. Cuando en realidad el enriquecimiento de modo desproporcionado y a costa de explotar las necesidades de diversión y enajenación de muchas personas no es precisamente un buen ejemplo. El fútbol de élite se ha convertido en un espacio donde las dinámicas de acumulación de capital resultan escandalosas y éticamente punibles. La potenciación de escuelas de fútbol, que en sí son plausibles, no evidencia que provoque mucho aumento de la actividad física. Lo que sí parece que genera en la juventud y en la infancia es mayor consumo de artículos relacionados con ese mundo. Sin mencionar la falsas expectativas en abuelos y papás que sueñan con nietos e hijos figuras del deporte rey.
Finalizo intentando ser constructivo. El fútbol puede ser un medio que da un respiro a los problemas que nos agobian día a día. Es un momento de respiro, aunque de un respiro enajenante.
Artículo de opinión de Jose Manuel Barreal para la Nueva España, 29/7/09
El fútbol moderno tiene -como se sabe- su origen en Inglaterra. Se popularizó a lo largo del siglo XIX, ligado al crecimiento de la clase obrera inglesa y escocesa. En esos años, parece que la práctica del fútbol se articuló en torno a la lucha obrera por la disminución de la duración de la jornada laboral, de 14 o 16 horas en aquellos tiempos, y a las demandas de tiempo libre, deporte y recreación de los trabajadores. El fútbol se convirtió, así, en patrimonio popular, y las clases de la burguesía optaron por la práctica del rugby y el polo. Los trabajadores mercantiles de la flota inglesa llevaron el balompié por todo el mundo. Tengamos en cuenta que por aquel entonces el Imperio británico se extendía por una gran parte del globo. Tuvo su particular arraigo en el Cono Sur y en los puertos de Latinoamérica. En esta zona y siguiendo el ideario asociativo de socialistas y anarquistas, los obreros fundaban clubes sociales y deportivos, siendo antecedentes de algunos equipos actuales de América del Sur.
Sin embargo, este medio de lucha social y reivindicativa es rápidamente mercantilizado y absorbido por el capitalismo. Se empieza a ver en él una óptima fuente de ganancias. Así, y con el beneplácito y complicidad de las federaciones de fútbol, yo diría que también de la afición, el fútbol pasa a ser un negocio redondo. El jugador acepta convertirse en una mercancía. Ahora no defenderá su camiseta, sino que será un «mercenario del deporte» que servirá a la causa del mejor postor. En esta era del predominio del capital financiero en el fútbol el barrio, la ciudad, la región y la nación, antes estandartes del futbolista, pasan a un segundo plano. Y se convierte en lucro individual del jugador que se verá, con su aceptación, colonizado por las empresas multinacionales Y más aún, el fútbol será el complemento perfecto al orden social existente. El fútbol es el medio idóneo para que algunos gobiernos legitimen sus acciones y para distraer a la gente de los problemas sociales.
La contradicción que, a mi entender, tiene actualmente el fútbol no es otra que la existente entre unos jugadores que ganan cantidades fabulosas de dinero y las grandes masas de aficionados. Puede sonar «raro», pero desde mi óptica social los explotados no son los jugadores, sino los aficionados. Las estrellas del fútbol forman parte de los explotadores; siendo, además, endiosadas por los miles de aficionados (y aficionadas), periodistas deportivos, medios de comunicación que los ejemplifican como modelo ético para la juventud. Cuando en realidad el enriquecimiento de modo desproporcionado y a costa de explotar las necesidades de diversión y enajenación de muchas personas no es precisamente un buen ejemplo. El fútbol de élite se ha convertido en un espacio donde las dinámicas de acumulación de capital resultan escandalosas y éticamente punibles. La potenciación de escuelas de fútbol, que en sí son plausibles, no evidencia que provoque mucho aumento de la actividad física. Lo que sí parece que genera en la juventud y en la infancia es mayor consumo de artículos relacionados con ese mundo. Sin mencionar la falsas expectativas en abuelos y papás que sueñan con nietos e hijos figuras del deporte rey.
Finalizo intentando ser constructivo. El fútbol puede ser un medio que da un respiro a los problemas que nos agobian día a día. Es un momento de respiro, aunque de un respiro enajenante.
Artículo de opinión de Jose Manuel Barreal para la Nueva España, 29/7/09
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