La selección francesa que jugará este miércoles ante Argentina sufre indiferencia por su juego discreto. Pero también porque, una década después, parece cada vez más lejos de representar al ideal de un país integrado que pretendió significar la selección que fue campeona en el Mundial 98. El problema es que los silbidos ya no afectan sólo al juego del equipo que hoy conduce el DT Raymond Domenech. Se dirigen también a la propia Marsellesa. El sueño del fútbol como factor de integración quedó hecho pedazos. "Es que el fútbol -dice Lilian Thuram, uno de los "héroes" del 98- puede enseñarte cosas de la vida, pero no es un sustituto de la vida, no sirve para el mundo real, para los problemas reales, para los conflictos reales". En el mundo real, los jóvenes marginados de la periferia estallaron en 2005. Nicolas Sarkozy, el entonces ministro de Interior que los calificó de "escoria" por su violencia, es hoy presidente de Francia. Y Thuram, acaso uno de los deportistas más respetados de Francia, un jugador que cita a poetas e historiadores, que tiene el record absoluto de 142 partidos en la selección y se retiró el año pasado del fútbol, reveló la semana pasada que Sarkozy le ofreció sumarse a su gabinete, como Ministro de la Diversidad. Y que rechazó la propuesta. "Por razones evidentes", según dijo.
Thuram nació en 1972 en Guadalupe, un pequeño archipiélago de las Antillas, en el Caribe, departamento de ultramar de Francia, que inició 2009 con una feroz huelga general, en reclamo por una vida más digna. Lilian creció con sus cuatro hermanos dentro de un camión, sin padre, y con su madre buscando trabajo en París, como empleada doméstica. A los 9 años, ya instalado con madre y hermanos en Fontainebleau, periferia sudeste de París, conoció el racismo. Sus compañeros de escuela lo apodaron Noiraude, por una vaca negra y desafortunada de unos dibujos animados. El fútbol lo sacó de la banlieue, como se llama a la periferia parisina, una inversión coloquial de lieu du ban. Literalmente: lugar del destierro. Jugando en el Parma, de Italia, se enfureció un día que los propios hinchas de su equipo se burlaron imitando a un mono cada vez que tocaban el balón los jugadores de Milan George Weah e Ibrahim Ba. Los hinchas le pidieron disculpas con un cartel en el partido siguiente. Su día de gloria fue en la semifinal del Mundial 98 contra la sorprendente Croacia de Davor Suker que venía de eliminar 3-0 a Alemania. Un error suyo permitió que Croacia abriera la cuenta. Pero se redimió con dos goles -los únicos dos que anotó en sus 142 partidos con la selección- y "el deporte francés -según palabras del entonces presidente Jacques Chirac- vivió el día más bello de su historia". Thuram retornó a la concentración. Corrió su cama. Se acostó con las piernas en alto, apoyadas contra la pared. Y se relajó con Miles Davis. Lo muestra un momento mágico del documental "Les yeux dans les bleus" (Los ojos dentro de ?les bleus?, como se llama a la selección francesa). Diez años después, por Youtube, hay un documental de nombre levemente modificado: "Les yeux dans le banlieue".
Thuram era solo uno de los integrantes de aquella selección modelo, "Black-Blancs-Beur" (negros, blancos y árabes). Patrick Vieira, que en 2006, junto con Thuram, invitó a un partido de la selección francesa a setenta inmigrantes ilegales evacuados por Sarkozy, nació en Senegal. Christian Karembeu en Nueva Caledonia. "Mi bisabuelo -dijo un día, mucho más radical que Thuram- murió por la independencia de Nueva Caledonia y yo utilizaré el fútbol y los medios para seguir la batalla". El defensor Marcel Desailly (él sí aceptó ser funcionario de Sarkozy) nació en Ghana. Y así como los padres de David Trezeguet nacieron en Argentina, los de Thierry Henry, hoy compañero de Lionel Messi en Barcelona, nacieron en Guadalupe, como Thuram. Y en Argelia nacieron los del notable pero siempre silencioso Zinedine Zidane, que creció como "Yazid" en su niñez en el barrio marsellés de La Castellane.
Thuram, a diferencia de Zidane, habla. Cuando Sarkozy llamó "escoria" a los revoltosos de la banlieue, Thuram dijo que él también había crecido en la banlieue y que no era ninguna escoria. "A mí también me decían ?escoria?. Pero no soy escoria. Lo que yo quería era trabajar. Tal vez Sarkozy no se dio cuenta de esta sutileza". Sarkozy le respondió diciéndole que él iba a la banlieue "en una Ferrari". "Se que ser francés quiere decir que se es una persona libre. Y se puede ser francés y negro, ambas identidades pueden ir juntas", dice Thuram, demasiado para un gobierno que creó un polémico Ministerio de la Inmigración y la Identidad Nacional. Thuram, miembro del Alto Consejo para la Integración (HCI) desde 2002 y presidente de la fundación Educación contra el Racismo, "es un hombre al que por ser negro en la escuela lo orientaron para el fútbol, pero que podría ser un excelente académico, porque es casi más culto que Sarkozy", según dijo hace unos días en Chile Patrick Weil, director del Centro Nacional de Investigaciones en la Universidad París 1.
El revolucionario himno francés se convirtió estos años en objeto de abucheo cada vez que Francia jugó contra una selección del Magreb en el Stade de France, en el barrio de Saint Denis, uno de los epicentros de la misma banlieue que explotó en 2005. En 2001, jóvenes franceses de origen magrebí silbaron la Marsellesa y luego invadieron el campo y dejaron sin terminar un partido ante Argelia. El bochorno se repitió en 2007 contra Marruecos. Y se acrecentó en octubre pasado contra Túnez. El himno tunecino fue aclamado en árabe. Pero cuando la popular cantante de origen tunecino Laam comenzó a entonar a capella la Marsellesa su voz fue tapada por los silbidos. El abucheo siguió cuando el balón llegaba para Hatem Ben Arfa, un jugador que rechazó jugar en la selección de su país de origen (Túnez) y eligió representar a Francia. Sarkozy se puso furioso. El gobierno llegó a advertir que ordenaría la suspensión del partido si los hinchas silban otra vez. Los silbidos, en rigor, se repitieron en el último partido de 2008, contra Uruguay, en noviembre pasado. Pero no fueron para la Marsellesa. Fueron dedicados a la pobre labor del equipo y, especialmente, al discutido entrenador Domenech.
El diputado sarkozysta Jean-Claude Guibal propuso la semana pasada que los integrantes de todas las selecciones deportivas de Francia sean obligados a cantar La Marsellesa. "¿Si ellos ni siquiera la cantan, cómo sorprenderse luego de que otros la silben?", se preguntó Guibal. Ya no hay un Thuram que le responda en la selección que se medirá ante Argentina. Los nuevos jóvenes, como se quejó el defensor William Gallas en un libro reciente, no se caracterizan por su compromiso. Henry creó una fundación contra el racismo, pero como parte de una campaña de Nike. Al atacante estrella Karin Benzema y a Samir Nasri sólo les interesa por ahora firmar buenos contratos. Sólo Frank Ribery (un Tevez francés) podría identificarse hoy con la banlieue. Son algunas de las nuevas y promisorias figuras de un equipo que comenzó a renovarse tras la derrota por penales ante Italia en la final de Alemania 2006. También se renovó el gobierno. Sarkozy no habla ya del deporte como factor de integración. Sino del deportista que tiene "el honor de representar a Francia".
El más duro crítico de aquella selección multirracial del 98 fue el xenófobo y ultraderechista Jean Marie Le Pen. "Es una selección con demasiados franceses de papel, que no saben cantar La Marsellesa", se quejó Le Pen. El propio Thuram le respondió con una célebre ironía: "personalmente, no soy negro, soy francés".
Publicado en La Nación (Argentina), 10/2/2009
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