miércoles, 16 de enero de 2013

El tren de mi vida

Hace ya demasiado tiempo, tanto que se pierde en el olvido, que decidí coger un tren en la estación "Victoria" con destino incierto. Tan incierto, que a día de hoy sigo montado en el mismo vagón y no alcanzo a ver el final. Tampoco me preocupa, estoy descubriendo que no importa tanto el destino final como el viaje recorrido, porque quizás lo más importante no es llegar, descansar y vivir de los recuerdos; sino poder seguir recorriendo kilómetros y culminando etapas, para sentirte vivo.
También es cierto que todo viaje requiere de un gran esfuerzo, casi más psíquico que físico, pues hay días en los que el frío entra por las ventanas, el tren continúa muy deprisa y no sabes muy bien si templar los nervios en el vagón del café-bar o esperar a que pase el temporal, hoy es uno de esos días.
 Cada visita, obligada, a las cavernas del averno son motivo de zozobra en mi interior. Creo que he pasado por todos los estados anímicos habidos y por haber en sus instalaciones: pánico, preocupación, mosqueo, cabreo, apatía, aburrimiento, resquemor, odio, inquietud, más odio...Conmigo han apretado tanto la tuerca que se ha pasado de rosca y ya no me producen ni frío ni calor, sólo asco. 
Que de las oficinas de tanta mezquindad cuelgue un retrato mio como cliente VIP de la estancia es algo de lo que no me vanaglorio, pero es un hecho constatado. Tanto que, con el tiempo -y una caña-, a veces ha dado la impresión que más se trata/ba de compañeros de trabajo que de diligentes funcionarios. El tuteo ya indica una cierta familiaridad.
La buena noticia es que las cifras ya van disminuyendo y ya me he desecho de dos premios gordos de la lotería (inversa, siempre inversa). La mala es que queda el resto y lo que canten ahora los niños del colegio San Idelfonso, que se han debido tomar un respiro en los últimos tiempos.
Así que con una mezcla de apatía -son tantos años ya- y un ligero barniz de frustración he decidido andar el camino inverso, hacía mi hogar, andando, valga la redundancia. Es curioso lo que cambia una ciudad dependiendo desde donde la observes. El pijerio y lo burgués de la zona norte, el turismeo y la modernidad de la zona centro, la podredumbre y el hastío de la zona sur. 
Como decía antes, ese tren "ficticio" no se muy bien donde me lleva a mis treintaytantos, lo único que se es que yo no me bajo de él ni a tiros. Bien lo saben los "revisores" que pasan de tanto en tanto reclamando no se qué y me muelen a palos por no apearme. Lo que si se, es que mi hogar, visto desde el punto de vista de una ciudad con cuatro millones de zombis, se encuentra abajo y a la izquierda -en todos los sentidos-,no según miras el mapa, sino con los ojos del pijo facha que mira con aberración y miedo a sus vecinos currelas y malencarados del sudeste. 
En el camino he sentido nostalgia al pasar por el antiguo "Estadio de Vallehermoso" que glosó historias épicas para mi equipo en los años 70, justo antes de ser un "matagigantes" y mientras se construía la "Caja de Cerillas" -siempre con mayúsculas-, nostalgia acrecentada por el trasiego de las grúas que están profanando el terreno. Me han entrado ganas de defecar en la Plaza de España, como homenaje a las instituciones de este Estado de de(s)echo, pero mi civismo y mi pudor lo han impedido. En Sol, ya no he podido más y he cogido el tubo. Esa imagen desmantelando un gran -y feo- árbol artificial navideño ha podido conmigo y me ha indicado dos cosas. La navidad ha pasado constatando que los Reyes Magos se han seguido olvidando de mi (y ya va para muchos años la cosa) y el retraso general de este país, 11 días después de pasadas las fiestas consumistas ahí sigue el icono navideño.
Al ir a salir del tubo un cartel me ha recordado mi estado anímico actual: estoy en un encuentro crucial con los años treinta (y tantos). El mismo cartel que me ha confirmado el grado de retraso general de este país, nueve días después no encuentra sustituto el dichoso. Igual es porque aquí, no estamos precisamente, para visitar museos.
Quiero agradecer a los adhesivos pidiendo la libertad para Alfon que me hayan guiado por todo el camino, un placer contemplarlos y que hayan servido para algo. Del mismo modo, toda historia siempre tiene su banda sonora, la mía hoy la han puesto los magníficos Habeas Corpus por "llamar a las cosas por su nombre". Gracias por acompañarme.

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