viernes, 20 de marzo de 2009

Kanouté puede cambiar el mundo

En la primera edición de «Tintín en el Congo», Hergé dibujó a Tintín dando clase a unos niños negros. La lección empezaba así: «Mis queridos amigos, hoy os voy a hablar de vuestra patria: ¡Bélgica!». En la versión en color de 1946, Hergé suprimió esta viñeta, entre otras, por ser demasiado «colonialista»; sin embargo, «Tintín en el Congo» contiene un buen repertorio de estereotipos colonialistas y, sobre todo, muchos negros estúpidos. «Tintín en el « es un documento excelente sobre cómo imaginaban los europeos del momento (años 30) a los africanos. El mismo Hergé declaró lo siguiente: «Yo estaba atiborrado de los prejuicios del medio burgués en el que vivía. Y dibujé a esos africanos según esos criterios, imbuidos del más puro espíritu paternalista que era el que se vivía en la época en Bélgica».
En el personaje de Tarzán, creado por E. R. Burroughs, se manifiesta el mito del buen salvaje (blanco, por supuesto) rodeado de los malos salvajes (negros, evidentemente) que, gracias a su superioridad racial, no sólo sobrevive cuando todo hacía indicar que acabaría sirviendo de comida al primer bicharraco que pasara por allí sino que, encima, termina reinando en un mundo hostil pero, a la vez, libre (algo parecido a lo que ocurre con «El hombre enmascarado», el personaje creado por Lee Falk).
La visión de África de Tintín y de Tarzán no es casual. Como dice Fernando Morán, desde las utopías del Renacimiento, el occidental ha identificado a lo no occidental con lo primitivo, y lo primitivo con lo simple y lo natural: África ha sido para el europeo una reserva de inocencia natural. África es lo sencillo, lo fresco. Los africanos son tan «sencillos» y tan «frescos» que no saben sacarle partido a todo ese continente que Dios les regaló. Cuando los negros no eran más que «negros», los «buenos negros» eran aquellos que se conformaban con su papel subordinado al hombre blanco: el protagonista de «La cabaña del Tío Tom», la novela de Harriet Beecher Stowe; o la entrañable criada de «Lo que el viento se llevó», tan fiel y tan preocupada de que Escarlata coma lo suficiente. Y los «malos negros» eran los que se rebelaban contra la supremacía blanca y querían ser como los blancos. África, como resume García de Cortázar, fue durante mucho tiempo minas, reservas de caza, infieles que convertir, esclavos para negociar, exóticas tribus y bárbaras costumbres, simplificaciones transmitidas por aventureros con pocos escrúpulos, hombres de negocios con menos escrúpulos todavía o misioneros de buena fe (recordemos, por ejemplo, al infortunado reverendo hermano de Katharine Hepburn en la película «La reina de África»). Y ahora, hablemos de fútbol.
Como África sigue prácticamente desaparecida de los planes de estudios, y sólo sale en los telediarios cuando la visita el Papa o para mostrarnos sus guerras, sus hambrunas, sus niños comidos por las moscas, su sida y sus hijos muriendo a las puertas de Europa, África es Eto´o. Es Kanouté. Es Keita. Es Yaya Touré. No sé si vemos a los futbolistas africanos como Tintín veía a los niños del Congo. No sé si las ligas europeas son como Tarzán. No sé si esperamos que un futbolista africano se comporte como el tío Tom. No sé si los futbolistas africanos sólo pueden aspirar a ser los criados de los grandes jugadores blancos.
Puede que no. Un niño con los ojos como platos pidiendo un autógrafo a Eto´o es la mejor medicina contra los planes de estudios que terminan en el estrecho de Gibraltar. Los que somos optimistas con experiencia (es decir, pesimistas), nos agarramos al fútbol para poder soportar las guerras y las declaraciones de Benedicto XVI sobre los preservativos. Creo que el fútbol puede cambiar el mundo en general y África en particular. Creo que el Mundial de Sudáfrica de 2010 reciclará definitivamente a Tintín. Creo que los niños africanos que vemos jugar al fútbol en los reportajes de Raúl Ruiz en «Fiebre Maldini» son el anti-Tarzán. Creo que la elegancia de Kanouté se levanta sobre los restos de la cabaña del tío Tom y los viajes papales. Creo que la señorita Escarlata ya es lo bastante mayorcita como para vestirse sola y saber cuándo tiene que comer.
También es posible que el fútbol africano sirva para ocultar las pateras y las guerras, como los lunares postizos fueron inventados en el siglo XVII para disimular las marcas de la viruela. Pero hoy creo que Kanouté puede cambiar el mundo y que el fútbol no es un lunar postizo en la cara de la humanidad. Mañana, ya veremos.
Artículo de opinión publicado en "La Nueva España", 20/3/2009

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