miércoles, 20 de febrero de 2013

Una afición sin siglas

Solo hay un carnet que se pide a la entrada de Balaídos: el de celtista. Sucede desde el 23 de agosto de 1923. Aquel día nació un equipo de fútbol, pero también lo hizo el celtismo, un sentimiento mayúsculo, a veces irracional pero siempre apasionado, que ha crecido abrazado a valores como la tolerancia y el respeto. Noventa años es tiempo más que suficiente para darse cuenta de que ésta es una afición ejemplar, que ha recorrido España y Europa sin significarse más que por su amor a unos colores y a una tierra.
Resulta ridículo tener que recordar a estas alturas que en el antiguo campo de Coia o en Balaídos a nadie le ha importado la filiación política de su vecino de grada. Cuando uno estalla de felicidad y abraza a ese desconocido que le mira con ojos llorosos no le pregunta primero a quién votó en las anteriores elecciones generales. El Celta y su gente están muy por encima de siglas políticas y de corrientes ideológicas de cualquier clase. Su afición acoge con orgullo todo tipo de sensibilidades y su historia ha dado sobradas muestras de que el adoctrinamiento no tiene sitio. Esto es un equipo de fútbol que se comporta como tal.
Por eso indigna que un personaje como Salva Ballesta trate de arrojar basura sobre la historia casi inmaculada de esta afición. El exdelantero achaca su no contratación como segundo entrenador de Abel Resino a las ideas políticas -propias de un filofascista- que él defiende de forma vehemente desde hace tiempo y que eso encontró un rechazo definitivo por parte de los seguidores del Celta. "El problema es que soy muy español" ha llegado a decir el exdelantero. El problema es que su enfado -que solo debería resolver con Abel Resino- ha encontrado eco en Madrid donde una serie de medios de comunicación le han servido de altavoz y convertido en el juguete ideal para alimentar sus filias y fobias. El Celta, para su desgracia, se ha visto envuelto en una campaña tan injusta como despreciable al etiquetar a sus aficionados como un ejemplo de intolerancia y del peor de los radicalismos. Tan falso como miserable, un insulto en toda regla.
Salva Ballesta y quienes actúan como su patético coro de indignados no saben nada de lo que es el Celta y de la historia de este club. Por aquí, por sus gradas, vestuarios, banquillos y palcos han pasado mil formas diferentes de vivir y de pensar. Han sucedido cosas como que un presidente del Partido Popular como Horacio Gómez contratase a un galleguista llamado Fernando Vázquez como técnico; que por el mismo banquillo hayan pasado desde comunistas a López Caro, miembro del Opus. Esas cosas han ocurrido en el Celta porque no es otra cosa que un simple y sencillo club de fútbol.
El ínclito Salva -que no entiende que la competencia de contratarle o no solo le corresponde al club- no cae simpático en Balaídos porque la mayoría de aficionados de este equipo no aceptan la intolerancia que él muestra hacia todos aquellos que no piensan como él. Esa falta de respeto hacia otras sensibilidades es lo que rechaza el celtismo porque aquí hemos aprendido a respetar al que no piensa igual. Resulta irrisorio que alguien pretenda dar lecciones de tolerancia a una afición y a una ciudad que precisamente si de algo entiende es de acoger a gente de orígenes y sentimientos muy diferentes. Porque Salva no lo sabe, pero ésta ha sido una tierra de acogida que se ha construido también gracias a los emigrantes que llegaron cargados de maletas y de ideologías diversas. A nadie se le preguntó, lo mismo que sucede en Balaídos.
Se presenta el doliente Salva como una víctima de la politización del deporte mientras habla con tono lastimero en busca de compasión. Nada de eso. Aquí el único que ha querido hacer política a través del deporte para su beneficio ha sido él. Una prueba más de que el Celta acertó al rechazarle.
FUENTEFaro de Vigo

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