lunes, 11 de febrero de 2013

Irvine Welsh, una historia de la Working class futbolera (tercera parte)

La idea de "seguridad" post-Hillsborough ha sido un caballo de Troya para los clubes que, después de haber mantenido durante años y años y sistemáticamente la propia base del seguidor working class, decidieron lanzarse a la comercialización del fútbol. La línea esgrimida por la autoridad es que la lección de Hillsborough tiene que mantenerse en la memoria. Una decisión ofensiva e insultante; sobre todo considerando como han podido saber los seguidores (ahora y entonces) que Hillsborough no fue diferente de cualquier otro desastre causado por una logística insuficiente y pésimos controles; la única diferencia es que esta vez se perdieron vidas en plena era televisiva. La lección hay que recordarla, de acuerdo, pero ha sido transformada  en una lección de oportunismo político y explosión comercial para dar la oportunidad del control del juego al máximo nivel a una nueva clase social.

 También políticos y personajes de los media de cualquier importancia han declarado su "tifo pasional" por cualquier club. Durante la Eurocopa de 1996, y especialmente con ocasión del Mundial de 1998, el primer ministro de Gran Bretaña sintiendo la necesidad de proclamar su "incondicional apoyo" al Newcastle United. ¿Y cuando le dio este "incondicional apoyo"?¿Cuando era un estudiante en Edimburgo?¿Cuando estudió en Oxford?¿Cuando era consejero en Hackney?¿O cuando fue elegido para un poltrona segura en el Noreste? No hace falta contestar. El hecho es que el aburguesamiento del fútbol ha sido protegido hasta el punto de que el fútbol es hoy visto como un deporte de la clase media, inalcanzable para la clase obrera más precaria. Chavales y hombres de la working class que para ver a un partido de fútbol con sus amigos son obligados a abonarse a las plataformas digitales de televisión o a verlo en el pub de la esquina. Alguno podrá acusarme de hipocresía visto que yo (como muchos otros que continúan lamentándose de igual manera) puedo permitir el mejor sitio en un estadio. El hecho es que el fútbol representa un momento social, y mi problema es que me gusta ir al estadio con quien iba en el pasado. No tengo la más minima intención de dejar pasar mis sábados por la tarde (o de cualquier otro día a este paso, visto el poder de la televisión) sentado delante de seguidores de cricket disfrazados con una camiseta de fútbol.

Lo que he notado durante los años 80 es el cambio de actitud del aficionado tipo. Es una criatura misteriosa, continuamente evocada pero rara vez analizada, y desde siempre invariablemente dibujada como causante de la violencia en el fútbol. Esto es indudablemente verdad pero, como este libro y "Hoolifan" describen, el hooliganismo de fútbol ha evolucionado, las reglas de "juego" son cada vez más definidas, el peligro para los seguidores normales de verse envuelto en una trifulca ha disminuido sensiblemente. Hoy en día, si el seguidor tipo de fútbol se ve privado de algo en el fútbol es de no poder seguir a su equipo con cierta regularidad.
No es extraño que esta particular rabia, regularmente expuesta en los pubs de todo el país, no venga reseñado nunca en los media. Sólo hay que ver la influencia real de los seguidores de hoy en día. Y si los media se dignan a mencionar este descontento es o bien en beneficio propio contra otro grupo mediático o para tratar a los seguidores como dinosaurios que tienen la temeridad de protestar después de haber sido arrojados fuera de los estadios por el alto precio de las entradas. Y estamos hablando de gente de cualquier edad, raza y sexo. Cuando aumentaron la capacidad del estadio del Manchester United llevándola a los 67.000 espectadores, estaba claro que los chavales de Blakeley, Ardwick Green y Salford no iban a poder acudir tan regularmente al estadio como años atrás. De la misma manera no se ven muchos chavales de Acton o Hayes por el estadio de Stamford Bridge.

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