miércoles, 6 de febrero de 2013

Irvine Welsh, una historia de la working class futbolera (primera parte)

(...) Como fenómeno el hooliganismo del fútbol ha sido tan continuo y difundido como para no ser sólo fruto de una reducida "minoría descerebrada". De hecho, me consta que casi todos los tíos que conozco (y también alguna mujer) entre los 16 y los 60 años se encontraron alguna vez con la ocasión de practicar el hooliganismo a cualquier nivel. A todos nosotros nos ha ocurrido en un determinado momento y a un determinado nivel (y también en varios momentos y varios niveles); organizando violencia a gran escala, yendo con una mob, tirando un puñetazo, insultado, escapando de una mob, observando con calma a gente presa del terror, estando sentado en un pub condenando o, alternativamente, vanagloriándose de "nuestros chavales" si la cosa había acabado bien. La verdad es que desde los "generales" hasta los participantes ocasionales, las hostias en el fútbol siempre han sido una parte importante en la vida de los jóvenes y los adultos de la clase obrera.
Recientemente leí una cosa a propósito de graves incidentes entre dos mobs en el fútbol. Si bien se registraron movidas durísimas antes, durante y después del partido en cuestión, aquel día resultaron sólo detenidos cuatro personas. No fue suficiente para la prensa local y nacional, que imploraron hacer más cosas. En respuesta, y de inmediato, la policía local había compilado información sobre varios seguidores de fútbol, supuestamente participantes en desórdenes, y procedió a la detención de todos ellos. No estoy hablando de la infausta operación "Own Goal"; el partido en cuestión era Greenock Morton-Port Glasgow Athletic jugado en Cappilow hace cien años.

Entre finales de los años setenta y comienzos de los 80 fui muchas veces a ver al Chelsea. Cuando me fui a vivir a Londres, pillé una cosa en el oeste de Londres, teniendo que alternan las diversas atmósferas de Stamford Bridge y Loftus Road. Mi primera visita al Shed ocurrió en 1978; yo estaba en compañía de un amigo de Glasgow, seguidor del Rangers, y de otros fanáticos del Chelsea. Recuerdo haber visto al Chelsea antes, cuando lo ví en televisión ganando la final de la FA Cup contra el Leeds, en 1970. Naturalmente en todo ese transcurso de tiempo las cosas habían cambiado, y no para mejor. Las visiones adolescentes de Osgood y Cooke habían sido reemplazadas por el talento menos prosaico de Langley y Aylott, con el Chelsea empantanado en lo que los autores de "Hoolifan" denominaron como "los años de mierda".
Pero en aquellos tiempos la excitación de asistir a cualquier partido en cualquier estadio inglés era para nosotros, los chavales, un pack completo que incluía: amigos, pub, movida, partido, y seamos honestos, el propósito real o imaginario de un poco de anarquía. Si bien no tenía (y no tengo todavía) instintos partisanos sobre un club particular de Londres, respecto al resto de estadios tenía una predilección por la atmósfera que se respiraba en los campos del Chelsea y el West Ham. Quizás porque fueran los más peligrosos, pero sobre todo porque eran los más animosos y los que más me recordaban a Escocia en su atmósfera. Los otros estadios de Londres no me hacían sentir especialmente nada.

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