domingo, 20 de enero de 2013

El mal llamado fútbol aficionado

Que el fútbol actual está total y absolutamente contaminado no es ninguna novedad. Pero yo… yo conozco otro tipo de fútbol. El de verdad.
Nunca veréis en las páginas del As ni del Marca (los nombro por ser los diarios deportivos mayoritarios) hablar de equipos como el Torrejón de la Calzada, Camprodon o el Corme. Porque esos equipos no llenan estadios, no fichan estrellas, no mueven millones, no viajan en avión… Pero esos equipos viven el fútbol de verdad. El mal denominado “fútbol aficionado”.
Solo los románticos (entre los que me incluyo) disfrutamos más de un partido de Segunda Autonómica que de uno de Primera División. Partidos entre equipos de pueblos vecinos, y que se viven mil veces más que un “clásico”.

Donde los ultras más peligrosos son las madres o abuelas de los jugadores, que no dudan en enseñarle el bastón al colegiado de turno para indicarles quien manda allí, o se acuerdan de la familia del central tosco del otro equipo que le acaba de dar un codazo a su nieto.
Donde el que te está pegando una patada a la altura de la rodilla estuvo la noche anterior tomándose unas copas contigo en el lugar de marcha habitual, y te dice que te levantes, que lo que realmente te está jodiendo es el ardor de estómago provocado por el Larios.
Donde todo un pueblo colabora para que el equipo que lo representa pueda tener un bus que lleve a los jugadores a los desplazamientos, para que los chavales tengan las equipaciones limpias domingo tras domingo, o para que, cuando acabe la temporada, puedan disfrutar de una simple pero merecida cena.
Donde las entradas valen 3 míseros euros o, en algunos casos, ni eso, ya que simplemente esperan que les compres un par de euros de rifas para el jamón que se sortea en el descanso.


Yo he estado en esos campos, tanto de jugador como de aficionado. Campos con gradas de cemento donde, como mucho, caben 200 personas. Donde en el bar te puedes tomar un “carajillo” o una copa de Pacharán acompañada de una tapa de callos si coincide que el partido sea un domingo por la mañana (detalle: muy conocido era, en la zona donde arbitraba, un colegiado gallego que, en el descanso de los partidos, se acercaba a la barra a tomarse un chupito de licor de hierbas, ya que decía que le quitaba la fatiga)
Están ahí, domingo tras domingo, jugando a la misma hora que los de Primera, pero sus fieles nunca los abandonan: esos 100 ó 200 habitantes del pueblo que disfrutan viendo crecer, dándole patadas a un balón, a los más jóvenes (y no tanto) del lugar.
Nunca veréis un partido aburrido. Que nadie se equivoque. Hay jugadores que podrían estar más arriba, pero nunca ha venido un ojeador a verles. Nunca tendrán esa oportunidad. Pero ellos son felices. Juegan al lado de sus amigos de toda la vida. Y entre todos desprenden calidad a raudales como para levantar de una grada de cemento a señores de 80 años.
Y si no es por calidad, es la tensión de jugar contra tus vecinos la que te quita el aburrimiento. Ese partido marcará quién vacila a quién el resto del año.

Siempre nos quejamos de lo aburridas que son las tardes de domingo sin fútbol. Ellos no paran por Navidad, no paran en Semana Santa, están ahí, en ese campo por el que pasas todos los días y te preguntas qué equipo jugará en él. Son ellos, somos nosotros, los del “fútbol aficionado”.
Yo conozco otro tipo de fútbol: el de verdad. ¿Y tú?
COLABORACIÓN RECIBIDA EN EL CORREO ELECTRÓNICO DE "LBI". GRACIAS AL AUTOR

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