miércoles, 4 de marzo de 2009

Lo peor del fútbol moderno

Hace algunas semanas, la edición digital del diario británico The Times enumeraba en un reportaje Las 50 peores cosas del fútbol moderno aunque, según aseguraban, bien podrían ser 500. Los intermediarios y sus comisiones, el actual formato de la Liga de Campeones y de la Premier League y, en primer lugar, la televisión, encabezaban la lista.
En ella también están presentes algunas ocurrencias como las cada vez más extravagantes celebraciones de los goles o el área técnica en los banquillos (esas líneas discontinuas que coartan la libertad de movimiento de los entrenadores). Los más tradicionalistas dirán que Pelé anotó más de mil goles sin necesidad de bailar samba después de cada uno de ellos. O podrán argumentar que Helenio Herrera ganó dos Copas de Europa, cuatro Ligas de España y el Scudetto italiano en tres ocasiones sin que sus órdenes quedasen limitadas por un área técnica.
Celebraciones y áreas técnicas al margen, la Ley Bosman fue el hito que marcó el cambio en la concepción del fútbol en Europa y por supuesto en la Liga española. Los equipos más fuertes se reforzaron con jugadores de todos las partes del globo con resultado dispar. Los equipos menores renunciaron en buena medida al producto nacional en favor del exotismo de jugadores extranjeros: así, durante muchos años se ha comprobado que a los mandatarios les hacía más ilusión presentar a Mario Marinovic que a Mario Martínez.
Presidentes de raza
Pero el fútbol moderno propiamente dicho apareció en España a principios de los 90 con la conversión de los equipos en Sociedades Anónimas Deportivas (SAD). Este modelo, que ha conducido a varios históricos del fútbol español a la desaparición, propició la mercantilización de los clubes. Éstos pasaron de las manos de los socios a las de particulares.
Tal vez a causa de esa profesionalización de la gestión han desaparecido los presidentes de raza, chapados a la antigua usanza, modelo cuyo principal exponente encarna Santiago Bernabéu. Hoy resultaría impensable que un directivo recomendase a sus jugadores alcanzar la estabilidad no sólo económica (a través de inversiones inmobiliarias) sino también emocional (por medio del matrimonio) como acostumbraba a hacer Bernabéu, según han relatado en alguna ocasión Alfredo di Stéfano, Vicente del Bosque y otros históricos del Real Madrid.
También han ido desapareciendo los presidentes showman. Aquellos que a finales de los 80 y principios de los 90 destituían entrenadores con tanta frecuencia como cambiaban de camisa, que botaban en los aeropuertos alentados por su afición o que financiaban a los grupos de radicales. Los Gil, Mendoza o Núñez todavía siguen en el recuerdo de muchos aficionados.
El empujón definitivo al fútbol moderno lo dieron las televisiones. Las plataformas televisivas de pago trajeron mucho dinero al balompié y también muchos cambios. Los partidos pasaron de jugarse a las 17 horas del domingo en invierno y a las 19 en verano a depender de los intereses de los grupos de comunicación, con el sistema de Pago Por Visión (PPV). La época en las que los futbolistas de los clubes modestos se cortaban el pelo la jornada en que la televisión pública emitía su partido en abierto queda ya muy lejos. Ahora el jugador está expuesto a los ojos del público todos las semanas.
Jugadores-negocio
La creciente visibilidad de los futbolistas a los ojos de la luz pública ha hecho que su preocupación por la imagen supere en ocasiones su pasión por el deporte rey. Tatuajes por todo el cuerpo, peinados llamativos, coches deportivos… Esta adoración por la imagen choca, en cambio, con la facilidad de la que goza la totalidad de ellos para escupir y expulsar mucosidades sin ningún pudor, preferiblemente cuando una cámara les enfoca.
La conjunción jugador-negocio se muestra también en la personalización de las camisetas. Hubo una época en que el número 2 correspondía siempre al lateral derecho y el 10 pertenecía al jugador con más talento. Hoy los dorsales son personales e intransferibles, pero no siempre representativos: Ronaldinho, mediapunta brasileño, lleva el 80 en el Milan; César Sánchez, portero contratado por el Valencia en el mercado invernal, usa el 71.
Los onces habituales, aquellas alineaciones que los aficionados repetían de carrerilla, también han desaparecido en favor de las rotaciones. Ya se sabe, la “excesiva carga de partidos del calendario” no perdona porque, eso sí, los tópicos de siempre se mantienen y se han añadido otros.
Pero el factor más pisoteado con la actual visión del deporte rey como negocio es el romanticismo. Como sostiene el Times, el campeón de la Copa de Europa era antaño el mejor equipo del continente; hoy en día, el vencedor de la Champions League es, más que otra cosa, el club que ingresa unos siete millones de euros como premio. Tal vez todo esto no se sea más que nostalgia del pasado y el fútbol, como cualquier otra disciplina, se haya limitado a evolucionar. O puede ser que, sencillamente, ya no es lo que era.
Artículo de opinión de Álvaro Perez para "La Gaceta"

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